Intolerancia, racismo y holocausto

Los nazis creían que existía una raza germana que era naturalmente superior a las otras. Para ellos, los problemas de Alemania derivaban de que su raza había sido “contaminada” por mezclarse con otras inferiores. Esto los llevó a perseguir a quienes veían como diferentes, principalmente a los judíos, pero también a los gitanos, afroalemanes, e incluso personas con discapacidades y homosexuales. Antes de 1933, las SA y las SS realizaron atentados por estos motivos, pero desde el acceso de Hitler al poder, el racismo se convirtió en política de Estado. En 1935, las Leyes de Núremberg anularon el derecho de ciudadanía de las minorías “de sangre no germana”.

Frecuentemente, los judíos eran víctimas de ataques violentos llamados pogromos. Además, al comenzar la guerra, en Polonia y otros países ocupados, se los obligó a vivir en guetos: barrios cerrados, separados del resto de la población.

En 1941 los nazis empezaron a pensar en lo que llamaron la “solución final a la cuestión judía”: un plan para el exterminio sistemático de los judíos. A través de una red de trenes se enviaron millones de personas de distintas regiones del Tercer Reich a campos de concentración. Allí las hacían trabajar como esclavos en talleres o en fábricas cercanas. Muchos morían de hambre o enfermos, y los demás eran asesinados en cámaras de gas. Este proceso se conoce como el Holocausto o la Shoá. Fue un genocidio en el que se estima que murieron más de seis millones de personas. La mayoría eran judíos de distintas nacionalidades, pero también hubo gitanos, prisioneros de guerra, opositores políticos y otros.